Columnas
Si los políticos no hacen política, la tendremos que hacer nosotros
Luis María Anson destacaba esta semana en una conversación con Pablo Iglesias que lo peor de la política española no es la corrupción, problema que también tiene Italia, Francia o Alemania, sino la mediocridad de la clase política. “Encontrar políticos que tengan las ideas y los principios por encima del juego político es muy difícil”, añadía. Iglesias valoraba, además, la realidad política actual y señalaba el peligro de no tener una orientación estratégica y quedarse atrapado permanentemente en “la caja de Procusto” del tacticismo.
Mientras el periodista y el exvicepresidente tenían esta conversación en el bar de Iglesias, el gobierno volvía a vivir una semana difícil que ponía en evidencia las debilidades del ejecutivo para aguantar una legislatura fructífera, capaz de sacar adelante acuerdos. El ‘no’ de una nueva, pero no sorpresiva, mayoría parlamentaria: PP, Vox, UPN y Junts, hacía caer el decreto ómnibus. La subida de las pensiones y del ingreso mínimo vital, las ayudas al transporte público y a los afectados de la DANA y las bonificaciones sociales al agua y la energía eran algunas de las medidas que quedaban en el aire. Para mal del gobierno, pero, sobre todo, de la ciudadanía.
Una semana después, PSOE y Junts han anunciado que han llegado a un acuerdo y el decreto saldrá adelante. En estos días, Sánchez ha echado la culpa a los que dieron su negativa en el Congreso, especialmente al PP, mientras que Feijóo y los de Junts han culpado a Sánchez de incluir otras medidas dentro del decreto con las que no estaban de acuerdo, aunque algunas ni tan solo se citaran en el documento. Feijóo ha llegado incluso a asegurar que, para el PP, las pensiones y los pensionistas son “sagrados”, aun pudiendo discrepar de su predecesor, Mariano Rajoy, quien no revalorizó las pensiones conforme al IPC ni en 2012, ni en 2013, ni en 2017, ni en 2018, cuando era presidente del gobierno.
En un enésimo juego de medición de fuerzas, los partidos se apuestan nuestro pan, se lo pasan de mano en mano, le añaden y le quitan lo que a cada uno le interesa, y luego, si hay suerte, nos dan permiso para que nos comamos las migajas que han caído bajo la mesa. Esta dinámica lleva instalada en la política mucho tiempo. El gran riesgo de jugar a la estrategia con el bienestar de la población acaba desgastando no al otro, sino a la credibilidad de la propia política. Cuando solo se mira al adversario político, se trata de construir el mejor relato y anunciar de manera espectacular que tenemos el control de la negociación, del gobierno o de la situación, se antepone el márquetin a la verdadera política y, al final, tu objetivo deja de ser la ciudadanía a la que te debes y de la que dependes y pasa a ser tu imagen, tu poder y tu posición.
Quizás pueda ser tachado de idealista, pero me niego a pensar que la política es ya solo tacticismo puro y duro. Me niego a creer que nuestro pan depende de lo que mejor le conviene a cada uno para sí mismo y su espacio en cada momento, y que de eso dependa que salgamos adelante hoy y mañana. Me niego a imaginarme que tanto el gobierno como la oposición mire únicamente las encuestas y los análisis electorales para tomar decisiones estratégicas sean cuales sean las consecuencias para la gente. Las conversaciones internas no pueden ser: “hagamos un paquete en el que quepa todo y si la oposición no lo vota, que queden en evidencia” o “ya tenemos excusa para no votar esto, y si luego se nos cuestiona en algún plató decimos que no tienen los datos y que la periodista es sanchista”.
Debemos recuperar la política que pone al pueblo en el centro. Recordar que ellos dependen de nosotros, y no nosotros de ellos y de ver quién gana el relato en el circo político burgués. No pretendo en ningún caso generar más desafección política de la que ya hay, pero si permitimos que este tipo de política acabe cronificando el sistema sin hacer nada para evitarlo, el deterioro de la política y de la misma democracia puede ser irreversible. Y ya estamos siendo testigos de ello. Todos y todas tenemos el deber moral de hacer política desde nuestra posición y el derecho democrático de tener una clase política decente y con principios.
Los hechos matan el relato.