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Columnas

Perfil Óscar

22 de febrero de 2025

A las órdenes del tío Sam

Cuando estaba en la universidad, el que algunos años más tarde sería ministro de Universidades del gobierno de España, Joan Subirats, ofreció una ponencia en la que planteó un escenario que se me quedó grabado sobre las instituciones políticas y cómo la ciudadanía percibe los efectos de la política en su día a día. Imaginémonos, apuntaba Subirats, que en una sala se reúnen Justin Trudeau y Boris Johnson. Podrían hablar de muchos temas, y tan diversos que no me atrevería a concretar ninguno. Por otra parte, pongamos que en esa sala, en vez de estos dos primeros ministros, se encuentran Ada Colau y Ana María Hidalgo. Aunque también pueden tener una larga lista de cuestiones para poner sobre la mesa, estas dos alcaldesas hablarían, con total seguridad, de urbanismo, movilidad, vivienda, cultura… Con este ejemplo, Subirats reconocía que, en plena globalización, las políticas locales son cada vez más relevantes. Y que los líderes municipales de cualquier parte del mundo tienen mucho más en común que los jefes y jefas de gobierno que todos conocemos y que acostumbran a copar los titulares que leemos a diario


Poco después, en un debate en clase sobre la Unión Europea y teniendo las palabras de Subirats muy presentes, me pregunté cuál era el sentido de tener un organismo supranacional tan grande, que representa a numerosas naciones y pueblos tan diversos entre sí y que, al mismo tiempo, está tan alejado de la ciudadanía. ¿Cuál es su propósito? ¿Qué hace por nosotros y nosotras? Aunque las respuestas a estas dudas solo fueron el silencio, la imagen que tenía sobre la Unión Europea parecía asentarse: el euro, Eurovisión y mucha burocracia. “Esta legislación la marca la UE”, “los fondos los ha aprobado la UE”, “todo viene de la UE”, son algunas de las frases que escuchaba entonces y sigo escuchando ahora. Ya sea por el simple hecho, no tan simple, de tener una moneda común estable, la existencia de los organismos comunitarios que forman la Unión Europea tiene un valor innegable. Claramente se han visto las consecuencias del Brexit en el Reino Unido, a pesar de que las fuerzas que más lo defendieron y aquellas que también abogan por replicarlo en sus respectivos países solo hagan que subir en las encuestas.


Ante el ascenso de las extremas derechas europeas, aupadas por milmillonarios que se hacen con el control de la opinión pública a golpe de talonario y sus compatriotas que ya tocan poder, como Donald Trump, Javier Milei, Viktor Orbán y Giorgia Meloni, la Unión Europea se encuentra en un momento histórico crucial para su supervivencia, o más bien dicho, para una digna existencia que haga justicia a lo que es, lo que significa y lo que representa. El inicio de las conversaciones entre Estados Unidos y Rusia para poner fin a la guerra en Ucrania ha puesto en evidencia la práctica irrelevancia estratégica y geopolítica que tiene actualmente la UE. Ni aparece en la foto, ni mucho menos tendrá voz en las negociaciones. Una posición que viene dada por orden de Rusia y acatamiento de Estados Unidos. Las sanciones impuestas por la UE y el apoyo armamentístico a ultranza a Ucrania por parte de la OTAN han puesto en bandeja de plata la venganza que ahora se cobra Putin. Pero esto llega más de mil días después del comienzo de la invasión y debido a la complicidad de Estados Unidos y Trump. Siendo esto último lo más grave, porque deja claro quién ha estado siempre al mando.


Con la creación de la OTAN tras la Segunda Guerra Mundial, Europa trató de buscar un liderazgo fuera de sus fronteras: una voz fuerte, una democracia grande y libre y una figura paterna protectora: Estados Unidos. La reordenación de los polos de poder y la siembra del terror a la creciente sombra amenazante del socialismo soviético que parecía ceñirse sobre el planeta desde el Este hizo que los líderes europeos se escondieran bajo su paraguas y renunciaran a una política exterior propia. El sistema de privilegios se mantenía para ellos, las órdenes las daba el tío Sam y los países que firmaran el contrato solo tenían que someterse a la agenda unilateral estadounidense. Décadas y décadas de sumisión han acabado por hacer de la Unión Europea un satélite de Estados Unidos que, con un instrumento como la Alianza Atlántica, ha podido dar rienda suelta a sus aspiraciones imperialistas y expansionistas y además, con una propaganda a su favor, alzando la bandera de garante de la seguridad, la paz y la defensa de las libertades. Y mientras, generaciones de líderes en Europa han mirado para otro lado para mantener un estatus de comodidad, sin cuestionar nunca al tío Sam y poniéndole la alfombra roja a sus bases militares aquí y allá. 


Estados Unidos nos gobierna. La mayor democracia de Occidente lo es más por mayor que por democracia. Abarca a millones de ciudadanos y ciudadanas en Europa que ni tan solo pueden tomar parte en esas decisiones. Votamos aquí, deciden allí. Estados Unidos impone, veta, retira, entra y sale de los acuerdos y, con tan solo un sí o un no, cambia el transcurso de la historia. Se vio en Irak y en Afganistán, somos partícipes de lo que ocurre en Palestina, y ahora la Unión Europea lo acaba de ver con Ucrania. Incrédulos, varios líderes de la UE han acudido a la llamada de Macron para tratar de dar una respuesta de seguridad unitaria: si Estados Unidos ya no apoya a Ucrania, ¿cuál debe ser nuestro papel? Quizás, sopesándolo, apoyar a Ucrania tampoco era tan importante y les convenga seguir acatando las órdenes del tío Sam.

La falta de visión, la falta de intereses propios y la falta de ambición y carácter ha llevado a la Unión Europea a que Estados Unidos le pase la mano por la cara y los líderes europeos resten impasibles, sin rumbo y descabezados. Los intereses de Estados Unidos han conseguido ser, tras años de una muy buena comunicación y la complicidad de los mandatarios de Europa, los intereses de la UE. Aunque fuera un espejismo. Y no será tan fácil recuperar el timón y marcar el rumbo que Europa necesita. Todo empieza por reconocer que los intereses estadounidenses no son los de nuestro continente. Pero plantarle cara no va a ser tarea fácil. Y faltan caras, valientes y decididas. Merkel lo tenía claro: “Solo una Europa unida es una Europa fuerte. Unidos hacia adentro, fuertes hacia fuera”. 


Toca desafíar el orden establecido del tío Sam, aunque la hipocresía es el único titular que se puede extraer del encuentro informal entre mandatarios europeos del pasado lunes. Cuando Trump ha dejado bien claro dónde queda la UE, ellos siguen defendiendo hacer un esfuerzo para incrementar el gasto militar como respuesta. ¡¿Qué se cree el tío Sam?! Para hacer frente a su desplante, debemos financiar la máquina bélica, como él exige. Es una estrategia sin fisuras. Quién sabe las decisiones que se tomarán en la UE en materia de seguridad, de geopolítica o de relaciones internacionales, puede que sea la primera vez que nuestros mandatarios tengan que madurar y tomarlas ellos solitos.

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